No quería que persona alguna levantara la bocina: estaba esperando «la llamada». Cada vez que caminaba enfrente del teléfono posaba sus ojos sobre él, con el fervor de quien los posa sobre el crucifijo de un altar; no dormía, velaba el aparato como Don Quijote lo hizo con sus armas. El hijo quiso buscar a un amigo, se lo prohibió; la esposa pretendió preguntar por su madre enferma, no la dejó. Así pasaron dos días con sus noches hasta que, por fin, el sonoro timbre estremeció las paredes, como estremecido se hallaba su corazón: recibió «la llamada». “Aló, aló”, respondió al instante. “Aló, aló…” un hombre con su misma voz imitó sus palabras. “¿Es esto una broma?”, replicó. “¿Es esto una broma?…”, escuchó. Luego se oyó un extraño resuello, un jadeo,  y las voces del hijo y de la esposa pidiendo auxilio.

 

Alejandra Meza Fourzán ©