El piano ideó su plan de escape. Cansado de la mujer y de sus exigencias, mismas que obligaron a su amo a tomar otro empleo, se propuso bajar los tres pisos por la escalinata y abandonar el edificio la siguiente vez que el arrendador pasara a cobrar la renta. Recordó con inmensa nostalgia el día de su arribo ─ocurrido décadas atrás─ y la suavidad con que los empleados de Steinway lo empujaron a través de las rampas puestas al efecto.

“¡Qué belleza de instrumento! El nuevo vecino es maestro de música… quizá quiera darle lecciones a Amada, mi nieta”, escuchó a su paso. El rumor atrajo a varios niños del edificio quienes fueron sus entusiastas alumnos, mas luego, llegó ella. El maestro languidecía de agotamiento y él, de la pena de no ser palpado.

Su propósito se frustró pues su amo no volvió más y días después ella abandonó el departamento. Los empleados municipales, lo bajaron sin tacto por medio de cuerdas para abandonarlo a su suerte sobre la acera. Tan pronto el sol besó su caja y el aire arrulló sus teclas, se sintió turbado por su nuevo destino. Unas manos conocidas le devolvieron la tranquilidad: eran las de Amada.

 

Alejandra Meza Fourzán ©