El piano ideó su plan de escape. Cansado de la mujer y de sus exigencias, mismas que obligaron a su amo a tomar otro empleo, se propuso bajar los tres pisos por la escalinata y abandonar el edificio la siguiente vez que el arrendador pasara a cobrar la renta. Recordó con inmensa nostalgia el día de su arribo ─ocurrido décadas atrás─ y la suavidad con que los empleados de Steinway lo empujaron a través de las rampas puestas al efecto.
“¡Qué belleza de instrumento! El nuevo vecino es maestro de música… quizá quiera darle lecciones a Amada, mi nieta”, escuchó a su paso. El rumor atrajo a varios niños del edificio quienes fueron sus entusiastas alumnos, mas luego, llegó ella. El maestro languidecía de agotamiento y él, de la pena de no ser palpado.
Su propósito se frustró pues su amo no volvió más y días después ella abandonó el departamento. Los empleados municipales, lo bajaron sin tacto por medio de cuerdas para abandonarlo a su suerte sobre la acera. Tan pronto el sol besó su caja y el aire arrulló sus teclas, se sintió turbado por su nuevo destino. Unas manos conocidas le devolvieron la tranquilidad: eran las de Amada.
Alejandra Meza Fourzán ©
Muy tierno, Alejandra. Pobre piano, durante mucho tiempo no acariciado…
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Gracias 🙂 un abrazo.
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Fantástico Alejandra !!
Un piano con sentimientos, felicidades
Un abrazo !!
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Un abrazo para ti Francisco. La anécdota es real. La imagen la obtuve de un escritor que vive en Nueva York y no resistió tomar la foto del piano abandonado en la calle.
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Es muy bonito Alejandra, vamos dejando improntas en los objetos que nos resultan más queridos. Un abrazo.
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Sí que lo hacemos. ¿Será que ellos lo saben? Un abrazo de regreso.
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Espero que sí lo sepan o que lo sientan al menos, o será amor desperdiciado. Un beso.
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