Pobres culpas, las mías, las tengo tan abandonadas ya. Antes solía lavarlas y ponerlas a secar bajo el sol, hoy las dejo a su suerte durante semanas. Ni las alimento a fuerza de flagelarme, ni las abrazo. Pobres culpas, las mías, que dejaron de ser mi vicio y mi motor.

Pobres culpas, las mías, pues he aprendido a vivir sin ellas, a ignorarlas de a poco mientras camino entre las arboledas, mientras converso con la nieve gélida que humecta la hierba. Antes, las paseaba por la avenida, las lucía igual que se luce un prendedor en el pecho. Un soplo de vida se me metió entre el corazón y la amargura, y salieron expulsadas hacia el plano de lo que no existe, de lo que duele tanto que acaba por no doler…

Pobres culpas, las mías, tan reducidas a nada, tan olvidadas. Pobres culpas, las mías, porque ya no me disfrazo con ellas.

 
Alejandra Meza Fourzán ©