No he de hablar de la caída, sino del instante previo, ese en el que reposa la inocencia de quien no ha caído nunca, de la sensación elástica que se prende del estómago, cuando el corazón se detiene y flota en un limbo no deseado. No es mi intención hablar de la caída sino del segundo varado entre la inercia y el pánico, entre nuestra negación y la entrega, cuando somos capaces de absolver y también de perdonarnos.
No hablo de la caída, sino del oscuro desasosiego del que se sabe vencido, de ese momento de vértigo en que nuestra alma cede. Está vivo en el rocío que resbala por el cuerpo de la hoja, en el brillo de las lágrimas retenidas en la masa del ojo, en la caricia que inicia en el cuello y cruza el brazo hasta tomar la mano. Y no, no quise hablar de la caída, sino del placer extraño que nos produce saber que ese podría convertirse en nuestro último acto consciente.
Alejandra Meza Fourzán ©