Fui la rosa a la que nadie frotaba por temor de lastimarse, hasta que llegaste para alojar mis espinas en lo hondo de ti, donde salieran jamás y un persistente dolor te recordara siempre mi fragancia. Fui también el deshabitado espejo, al que todos se asomaron solo para hallar lo que querían ver; la vacía habitación que muchos creyeron llena porque sus ojos ahumados la imaginaban así.
Solo tú te decidiste a aliviar mi soledad adhesiva en la forma de un viento huracanado. Entraste en mi nada porque mi nada, ya te aguardaba en las faldas de un presentimiento niño.
Ya no tengo ausencias por repartir ni remedios ignorados, sino un pensamiento tuyo y mis manos hilvanando palabras en nuestra tinta.
Alejanra Meza Fourzán ©