J’ai pleuré. Lloré. Me derramé en soles de oro, en dolores que parten desde el alma, donde los recuerdos roen los sueños. Lloré con un sollozo emancipado, con un quebrar de pestañas y me mojé de soles las mejillas, desde donde jamás había llorado y lo hice con miedo de acabarme, de reducirme o perderme…
J’ai pleuré. Lloré sin hallar un muro dónde recargar mis lágrimas, de día ─con disimulo─, con tal de no provocar a la luna y también lo hice de noche para no amargar al sol; lloré hasta que mis lágrimas fueron luz en vez de sal, hasta saciarme, hasta que mis ojos quedaron limpios y libres para mirar de verdad.
Lloré, lloré y lloré. Con una tristeza no solo mía, sino de mi madre y de su madre, y de muchas otras madres que padecieron antes que nosotras. Lloré sin brida como rosa en celo, como el crujir de dos ríos enlazados.
Hasta que tuve lástima de mí, he llorado, j’ai pleuré.
Alejandra Meza Fourzán ©