Pocas personas, como Bernardo Córdova, tenían libre acceso a la oficina de Don Eliseo Medina, magnate y dueño de la compañía televisiva más popular del país. El potentado se encontraba lejos de ser un hombre carismático o de muchos afectos y mantenía a su familia viviendo en otro país por temor de que fueran víctimas del delito de secuestro o de algún otro acto violento. Dedicaba a su negocio los días que transcurrían del viernes al martes y –de forma religiosa─ consagraba todos los miércoles y los jueves a darse un escape para visitar a sus hijos y a su esposa.
Bernardo arribó con anticipación al despacho de Don Eliseo ese martes, día difícil de por sí en las instalaciones de la empresa gracias a la abrumadora masa de visitantes que atraía la transmisión en vivo del programa «Familias en pena». Ambos se saludaron con un abrazo y se dispusieron a beber un vaso con whisky que el propio Eliseo sirvió.
─Dime, Bernardo ─retó don Eliseo─ ¿notas algo nuevo en mi oficina?
─Por supuesto, Eliseo, esta escultura de Romano Ressio.
─La mandé traer desde Italia ─señaló orgulloso─, pero desde que la compré, de entre todas las personas que he recibido, solo el senador Aurelio Ríos González supo de qué se trataba y eso porque la envidia le carcomió el alma…
─Bueno, Eliseo, digamos que la cultura no es para todos.
─Precisamente por eso que mencionas tengo esta ilusión de que seas tú el que produzca «El que sabe, gana». Es nuestro deber educar al pueblo.
─Sí que lo es. Por cierto, qué sabroso está este whisky.
─Me alegro que te gustara. Ahora, háblame de tus adelantos, por favor.
Bernardo extrajo un archivo de su portafolio y le refirió a su patrón los conteos de índices de audiencia, los patrocinadores interesados así como un listado de los expertos en cultura, lingüística, matemáticas e historia, dispuestos a diseñar las preguntas y respuestas que darían soporte al programa.
Eliseo escuchaba con atención a Bernardo, quien en su calidad de productor había contribuido a engrosar su fortuna personal gracias a su experiencia y a su olfato para hallar lo que entretiene a la audiencia.
─Por último, te comento que ya estoy en pláticas con quien considero que sería un magnífico conductor del concurso: Feliciano Arriaga.
Eliseo levantó la vista de su libreta de apuntes y la dirigió hacia su nueva escultura. Durante un par de minutos, un silencio incómodo gobernó la sala. Sin atreverse a romperlo, Bernardo se cruzaba de brazos, de piernas y apretaba los labios.
─Pues no, Bernardo, a pesar de que Feliciano Arriaga tiene los créditos necesarios para dirigir el programa, no lo asocio con él.
─¡Pero Eliseo! Feliciano es escritor, ha sido conductor de radio, tiene conexiones con la crema de la cultura nacional, lo que es más, fue Subsecretario de Educación por tres años.
─Conozco bien la carrera de Feliciano, Bernardo, no es necesario que me la recuerdes. Lo considero un buen tipo y he convivido con él y con su familia en casa de mis primos, pero he pensado en otra personalidad para que dirija el programa: Sergei.
─¿Sergei? ¿El exfutbolista? ¡No me jodas, Eliseo! ─Bernardo soltó el disparate impulsivamente y luego se ruborizó de vergüenza.
─Mira, Bernardo, no te exaltes ─intervino Eliseo sin perder la compostura─, después de retirarse como portero, Sergei ha sido modelo y ha andado rodando con por la televisión latinoamericana con éxito. Se hizo de nuevos seguidores con su participación en «Big Brother» en España y en otro reality show que le daba seguimiento a su hermano, el cantante que estuvo casado con Señorita Universo. Es joven, galán y el pueblo se identifica con él.
─Pues no, no me imagino a Sergei tomando el lugar de Feliciano ─replicó Bernardo, un tanto más calmado.
─¿De qué lugar estamos hablando, Bernardo? Aún no contratamos a Feliciano. No te he dado autorización para ello.
Tal aseveración ubicó a Bernardo de nuevo en la realidad y en el hecho de que Eliseo gozaba y abusaba de su facultad de tener la palabra final en cualquier cuestión relativa a su negocio, así se tratara de la marca de neumáticos que utilizaban sus flotillas de automóviles. Eliseo tomaba decisiones con base en un eterno toma y daca que concertaba con otros magnates como él y ello, lo mantenía en la cima.
─Hay que ofrecerle al pueblo un personaje con quien identificarse. Dime, Bernardo, ¿cuántos hemos escrito un libro o sido amigos personales de Vargas Llosa? En cambio ¿cuántos paramos goles aunque sea en la mente y tenemos un hermano alcohólico o una cuñada loca?
─Sergei no es una persona instruida.
─No, pero contamos con un equipo de eruditos que respaldará el concurso. Hiciste un trabajo formidable al reunirlos, me siento muy complacido contigo.
─Sin embargo, no dejarás que me salga con la mía para que Feliciano conduzca el programa…
─No, pero estoy dispuesto a compensarte por el inconveniente.
Bernardo suspiró y le expresó a Eliseo que no era necesario que lo compensara pues tenía claro que trabajaba para él y que este asunto era tan solo materia propia de sus labores. Eliseo le propuso que la semana siguiente se reunieran ambos con Sergei para aclararle lo que se esperaba de él, como por ejemplo, que evitara exhibirse como un ignorante y que habría de aprenderse de antemano cada una de las respuestas.
Bernardo, sin embargo, ya no escuchaba lo que Eliseo pretendía explicarle, pues se hallaba contrariado. Decidió dar un par de vueltas por la ciudad antes de arribar a su casa y entró en un bar para relajar su nerviosismo. Al calor de dos cervezas, comprendió que Eliseo tenía razón y que a largo plazo, Sergei sería un activo tanto para el concurso como para sus patrocinadores. Pensó luego en Feliciano Arriaga y en la necesidad de avisarle cuanto antes que estaba fuera del programa.
Llegó a su hogar casi de madrugada, donde su mujer lo recibió en la puerta y con los ojos bien abiertos, alarmada.
─Te mandaron esto de parte de don Eliseo Medina.
La escultura de Romano Ressio se levantaba en medio de la sala de estar acompañada de una nota escrita de puño y letra de su patrón: «La cultura no es para todos».
Alejandra Meza Fourzán ©