Vivo en la jaula del tiempo, consumida por un futuro amorfo. En esta prisión, las barras se forjan con las hojas de un calendario ajeno que gravita por el aire sin norte. Estoy sujetada a un eco noctámbulo de Artemisa, donde los minutos bajan lentos como el suero, o entrecortados, en sesenta bocanadas de oxígeno.

Las aves de mi razón se derraman cuando la muerte se apura a hurtarles el alma con cuentagotas, porque en la mazmorra del tiempo no hay días, sino mil velas de lenguas azules que lamen la conciencia a fuego lento, ni tampoco hay segundos, sino un cruel mazo que hiere la bóveda de la soledad con martillazos limpios.

 

Alejandra Meza Fourzán ©