Los norteamericanos decretan God, bless America no como una plegaria sino como una sentencia: Dios bendice a América. Tras tres años de vivir en sus tierras aún trato de comprenderlo.
Los partidos de soccer entre México y Estados Unidos conllevan siempre un carácter emocional, quizá porque compartimos una frontera, quizá porque el segundo es el refugio de millones de mexicanos que, como yo, dividen su corazón entre el país que habitan y su patria natal.
Hice un viaje a México para visitar a mi familia y realizar un par de trámites legales, entre ellos, la renovación de mi licencia para conducir. Salí del edificio público donde hice la gestión y me dirigí al empleado responsable de organizar el tráfico en el interior del estacionamiento subterráneo para preguntarle en dónde estaba situada la caseta de cobro. Después de soltar una risita, el hombre me aclaró:
─No, «seño», aquí no cobramos por estacionarse.
«¡Vaya, qué buena noticia!» pensé, pues en esta ciudad norteamericana donde resido, la totalidad de los edificios públicos cobran hasta veinte dólares por hora. Me sentí feliz: Gol de México.
Caminé ufana hacia el vehículo que amablemente me había prestado mi tía para que lo usara durante mi estancia, cuando recibí una llamada de mi esposo, quien no pudo acompañarme en el viaje.
─Alguno de nuestros vecinos reportó que tu camioneta lleva varios días sucia y estacionada en el mismo lugar, así que una grúa del Condado está por remolcarla… Trataré de recuperarla pronto.
Sentí calor y reflexioné. ¿Qué interés puede tener el Condado en una camioneta vieja y con matrícula mexicana? ¿Qué molestia puede causar a un vecino mi vehículo inmóvil? Gol de Estados Unidos.
Colgué la llamada y apresuré mi paso, mas de pronto, mi pie se atascó en una zanja poco visible que separaba dos lozas de concreto. Di al suelo de rodillas con toda mi humanidad, mi bolso, mis documentos y mi teléfono móvil. Si se cobrara el ingreso al estacionamiento, habría recursos para repararlo ¿o no? Me apeé al vehículo con una herida en el tobillo y otra en el amor propio. Nuevo marcador: México 1, Estados Unidos 2.
Por fortuna, mi tía siempre carga la guantera con un botecito de árnica y mientras me la untaba con resignación, recibí una nueva llamada de mi esposo.
─¿Qué crees? Soborné al chofer de la grúa. Resultó ser paisano y el muy sinvergüenza me dijo: «Mira, manito, el Condado te va a cobrar trescientos dólares para sacar la camioneta del corralón, pero si ahorita me das cien, la desengancho y asunto arreglado».
¡Gooooool de Méxicooooo! Fin del partido: Empate a dos goles.
Esa noche, di gracias a Dios por la diligencia de marido, por la desfachatez del chofer y por el oportuno botecito de árnica con que alivié mi torcedura. Amén and God, please, bless America.
Alejandra Meza Fourzán
Un abrazo para ti. 🙂
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Jajajaja, me hiciste reír.
Un saludo desde España
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