Antes de irse a la cama, según su usanza puso un vaso con agua encima de su mesa de noche; nunca lo llena, lo sirve hasta la mitad solo para el evento de sufrir un ataque de sed durante la madrugada. La mañana siguiente, despertó y notó que el vaso se hallaba al tope. Trató de no darle importancia durante el día y obró conforme a su costumbre. Cuando amaneció otra vez, reparó en que el vaso estaba lleno y eso que le dio un par de sorbos durante la vigilia, estaba seguro. Asombrado, se lo comentó a su esposa: “Oye, hay fantasmas en la casa”. No le creyó. “Esa víbora últimamente no cree nada de lo que digo. Resolveré el misterio yo mismo”, se dijo y antes de irse a la cama dejó un vaso, ahora vacío, en el lugar de siempre. Hizo cuanto pudo para mantenerse en vela, acechante, pero el cansancio lo venció; al llegar el sol se admiró de que el vaso se encontraba lleno. Desesperado, citó a su amigo Jorge en un bar para referirle los eventos. “Creo que hay fantasmas en mi casa”, le confesó. “Si serás idiota, tu mujer te ha venido gastando malas bromas, la muy víbora quiere volverte loco”, le aseguró.

 
Esa misma noche fue más lejos y no puso ningún vaso sobre la mesita pero la siguiente mañana ahí figuraba el maldito vaso, lleno y, por si fuera poco, su reloj despertador se había esfumado, lo que le costó arribar tarde a la oficina. Mala jornada. Regresó a casa dispuesto a reclamarle a su esposa quien lo recibió con un beso: “Mira, encontré tu reloj debajo de la cama, ahora sí te creo que nos rondan los fantasmas”, explicó ella. Se enfureció. “¡Qué fantasmas ni que nada! Le he comentado el asunto a Jorge y me parece que tiene razón, tú quieres volverme loco”. Ella se entristeció. “¿De nuevo hablaste con Jorge, cuándo lo has visto?, preguntó decepcionada. “Hace un par de días”, respondió. La mujer tomó el teléfono: “Doctor, regresaron «Jorge», las visiones, el delirio de persecución…”. La voz al otro lado respondió: “Volvamos a la dosis anterior, señora, dele dos tabletas por día”. Tras emitir un profundo suspiro la esposa dijo con dulzura: “Ven acá, mi amor, te voy a dar una pastilla para que duermas en paz y para que se vayan todos los fantasmas”.

 

Alejandra Meza Fourzan ©