No puedo olvidar sus ojos fecundados de futuro: parecía como si el mañana, se le hubiera vuelto dos pupilas. Nos permitieron acercarnos a “Dorado”, el chivito, para sobar su lomo pero ─a cambio─, mi hermana tuvo que dejarse ser la burla de los peones. “Si te subes la falda y bailas un zapateado, te dejaremos acariciar al chivito”, le propusieron quizá porque mi hermana tenía once años pero cuerpo de quinceañera; a mí, no me pidieron algo a cambio. Quedé prendada de la piel brillante del chivito, bruñida como los trigales, y de su balar de campanas agudas, parecido al de mi hermano pequeño cuando mi madre le niega el pecho. A las pocas horas, los peones lo sacrificaron para celebrar mi cumpleaños número nueve. Mi padre lo asó mientras mi hermana lloraba. Yo, me guardé las lágrimas junto con su recuerdo, el recuerdo de esos ojos fecundados de futuro.

 

Alejandra Meza Fourzán ©